
Desde tiempos inmemoriales los seres humanos anhelamos seguir en contacto con nuestros seres queridos después de su desaparición terrenal, ya sea a través de misas y/o rituales mágicos, o hasta las excéntricas “médiums” contemporáneas que afirman tener línea directa con el más allá.
Esta quimera, impensable hasta hace no más de dos décadas, ahora parece un escenario posible de la mano de la revolución digital. Sería una obviedad señalar que la Inteligencia Artificial (IA) llegó para cambiarnos la vida, pero ahora también es probable que, en los años venideros, cambie radicalmente -para bien o para mal- el concepto que tenemos sobre la muerte.
La IA viene, sobre todo desde los últimos años, reconfigurando el ecosistema tecnológico a nivel global; estamos asistiendo a un cambio de paradigma equiparable al nacimiento de la imprenta o la irrupción de Internet, y sus tentáculos llegan a cuestionar, incluso, el concepto de mortalidad, tal como lo conocemos.
Es en este contexto, de crecimiento exponencial, que numerosos programadores están empezando a innovar con tecnologías, de resurrección digital, que nos permiten interactuar con avatares de nuestros seres amados fallecidos, recreando, no solo su voz; sino también su forma de expresarse y hasta rasgos de personalidad.
La aplicación surcoreana “Rememory” almacena recuerdos multimediales y ofrece mensajes y videos a través de dispositivos en tiempo real, mediante una pantalla de realidad aumentada. La empresa opera con distintas funerarias para brindar un servicio tan innovador como polémico. Estos avances generan debates sobre la privacidad, la dignidad póstuma y los derechos de propiedad intelectual.
Los “robots de duelo” se crean a partir de la huella digital del fallecido -contenido en redes sociales, mensajerías, correos electrónicos-, que es procesada por una red neuronal, para aprender a imitar su comportamiento y su forma de pensar.
La revista Forbes, en un artículo reciente, planteaba que, el vertiginoso desarrollo de la IA, obligará en el futuro a que las últimas voluntades y los testamentos incluyan cláusulas, manifestando el consentimiento (o la disconformidad), para crear “deadbots” con nuestra información personal.
En un episodio de la aclamada serie Black Mirror (“Be Right Back”) una mujer, desesperada por seguir en contacto con su novio asesinado, se instala un dispositivo, alimentado por fotografías y videos, que le permite comunicarse con él.
La última fase consiste en la creación de un clon idéntico a su pareja desaparecida, una IA capaz de hablar, caminar, reaccionar y comportarse como una persona de carne y hueso.
El duelo en la era de la Inteligencia Artificial
Por un lado, puede resultar reparador tener la posibilidad de seguir conectados con nuestros seres queridos después de su muerte, pero también puede patologizar el proceso natural de duelo de una persona, con el riesgo que implica generar una dependencia emocional.
Cada individuo tiene una forma particular de transitar un episodio traumático y estas aplicaciones pueden cambiar la manera de asimilar la pérdida. La doctora en Psicología, Belén Jiménez, de la “Universitat Oberta de Catalunya”, advierte que “es imprescindible velar por el respeto y la dignidad de la persona fallecida, como por el bienestar psicológico del usuario”.
Los bots pueden ser diseñados desde el riesgo de hacer creer al doliente que las respuestas que obtiene son de verdad de su ser querido. Esto podría generar desde una relación patológica hasta “el sufrimiento provocado por ‘una segunda pérdida’ si desaparece. Por ejemplo, por problemas técnicos”, advierte Jiménez.
El documental alemán Eternal You, presentado este año en el Festival de Sundance (Estados Unidos), siguió el inicio de los bots de duelo y a algunos de los primeros usuarios, que “buscan consuelo con estas aplicaciones y que darían todo por poder hablar con su seres queridos fallecidos una vez más”.
Así lo explican en la web del festival sus directores, Hans Block y Moritz Riesewieck. Ambos entrevistan a los CEOs de estas empresas y abordan el actual problema de lidiar con el duelo.
“Hubo cosas que me asustaron y muchas cosas que no quería oír, que no estaba preparada para escuchar”, señala una de las usuarias en el trailer.
También hay que tener en cuenta la desilusión que puede acarrear "constatar la falta de autenticidad emocional” que caracterizaba la relación con el fallecido, algo que puede llegar a alterar de alguna manera su memoria, “produciendo una angustia profunda”.
Jiménez resalta que “tenemos prejuicios con respecto a este tipo de herramientas. Y no es para menos. Están siendo creadas por la creciente industria digital después de la muerte”, que persigue objetivos “económicos y no necesariamente terapéuticos”.
Los que tienen una visión apocalíptica de esta tecnología disruptiva advierten que los servicios de resucitación virtual, sin un marco regulatorio adecuado, podrían ser utilizados por las empresas para bombardear a personas vulnerables con anuncios publicitarios, deteriorando significativamente su salud mental.
El desarrollo de estas aplicaciones es incipiente pero el debate ya está instalado. Geoffrey Hinton, el padrino de la IA, sostiene que, “aunque actualmente las máquinas no superan a los humanos, es posible que en el futuro lleguen a hacerlo".
Por eso, recomienda la creación de una normativa para la Inteligencia Artificial que establezca los criterios de responsabilidad que las empresas deben seguir al adquirir "usuarios”.
La importancia de vivir el presente, y cultivar vínculos de calidad con nuestros seres queridos, radica en ser conscientes de que nada será para siempre y que, cada instante, es tan fugaz como irrepetible. Tal vez, alterar los duelos vitales que atraviesan la existencia, con robots impostores, no sea una buena idea, y traiga más desasosiego que consuelo.
Sería conveniente poner la tecnología al servicio de mejorar la vida de las personas, mientras estamos acá. Y dejar a la muerte tranquila, por lo menos por un rato.